Antiguamente nuestros padres y abuelos acudían a su puesto de trabajo sin cuestionarse demasiado su satisfacción laboral. Desempeñar un trabajo más o menos cualificado dependía más de la historia familiar que del talento o los gustos. Quien tenía la oportunidad, (u obligación), de acceder a formación superior desempeñaba puestos más especializados, por ejemplo si el padre y abuelo habían sido abogados la siguiente generación ejercería la abogacía, ya que “se daba por hecho” que continuaría con el legado del apellido. Lo mismo sucedía con el hijo del herrero, el farmacéutico, o los guardeses de una finca.
Las libertades personales también eran menores ya que la condición económico social modelaba el futuro personal y familiar.
Ahora las cosas han evolucionado, y en muchos casos ya no se contratan empleados sino personas. La política de fomentar el talento está en boga. Las motivaciones y las relaciones en el ámbito laboral son más amplias. Gracias al salto cultural que ha reducido lo que denominamos los psicólogos “distancia de poder”: ya no se trata al jefe de usted, su despacho está cada vez más integrado con el resto de trabajadores, come en el mismo restaurante que sus “compañeros”, y se le pude incluir en los encuentros extralaborales como un compañero más.
Esta evolución cultural también se refleja en el contacto entre compañeros, más íntimo y personal que antaño, favorecido por la evolución social de la amistad. Antiguamente la amistad era un apoyo emocional menos vital que ahora, reservando las conversaciones íntimas para la privacidad de la familia o la pareja. Hoy en día, podemos encontrar nuestra segunda familia en nuestros amigos, y a éstos en nuestros compañeros de oficina, y a veces incluso en nuestro jefe. Todo ello enriquece el potencial de un empleo.
En general las experiencias laborales son más ricas y por tanto más complejas que hace 40 años.
Mis bisabuelos y abuelos trabajaban en el campo 365 días al año, sin horario ni sentimiento de hastío. Sus hijos aprendieron oficios, que ejercieron por cuenta ajena, con más tiempo libre que sus padres (fines de semana, vacaciones etc) y desempeñaron sus profesiones con aceptable motivación hasta su retiro profesional.
En general, las generaciones anteriores no han sentido frustración profesional ni ansiedad laboral. No sufrían estrés laboral. Y por supuesto que vivían días tediosos en el trabajo, discutían con los compañeros o clientes y se lamentaban de sus jefes, llegando a veces a odiarlos. Pero no sufrían estrés laboral como hoy lo entendemos. Acudían a sus puestos con aceptación, no con resignación ni sufrimiento. ¿Entonces qué pasa ahora? Aparte de los largos desplazamientos, y atascos. ¿Por qué se sufre más en empresas supuestamente más humanizadas que antaño?. ¿Acaso esa distancia autoritaria entre mandos y peones creaba menos insatisfacciones que ahora?
¿Era más satisfactorio el antiguo sistema laboral en el que el miedo era la principal motivación del empleado?
En general, afortunadamente la respuesta es “NO”. Pues muchas ilusiones y metas que hoy nos proponemos, antiguamente ni se imaginaban. Hoy podemos dirigir nuestra carrera profesional y expresarle al jefe nuestras motivaciones personales y profesionales.
La complejidad del asunto reside en que una vez que te abres afectivamente, sea con tu jefe, un subordinado, o un igual, te expones a que te conozcan y tengan más oportunidades para traspasar tus límites. Sin olvidar que en esa interacción, tu jefe podrá permitirse más licencias que tú porque tiene 2 poderes objetivos que lo facilitan: información de la empresa y/o influencia sobre tu sueldo.
En cualquier caso, el tipo de comunicación ha mejorado notablemente. El trato es más cercano, lo que permite un contacto más rico y real. Este escenario favorece que afloren los “egos” de sus actores. Cuanto más íntima es una relación más facilita que aflore la envidia, el ansia de protagonismo, la susceptibilidad, la inseguridad, el deseo de agradar, los complejos, la necesidad de reconocimiento, la seducción, el sentido del ridículo etc.
Tú no trabajas únicamente con tus compañeros, trabajas además con sus egos. Pero trabajas con algo aún más importante, trabajas con tu propio ego. Vamos a desmenuzar esto para que aprendas a sacar mejor partido de esta “interacción de egos”.
Antiguamente trabajabas con un jefe a secas, que podía ser inteligente, o no, tacaño, educado, explotador, ecuánime, innovador, gritón etc. Mientras tú como empleado podías ser: eficaz, o quizá no, competente, vago, resolutivo, lento, buen negociador etc.
Ahora trabajas con sus habilidades más su ego, lo que te permite ver su inseguridad, envidia, celos, actitud infantil, agresividad, seducción, humildad etc. Esto matices eran menos visibles porque el “rol de jefe con distancia de poder” lo camuflaba. El ego estaba parapetado tras las normas sociales y los buenos (o malos) modales. Alguien era educado o maleducado, competente o incompetente, pero resultaba difícil leer qué había detrás de ese comportamiento.
Ahora convivimos mucho más abiertamente con nuestras personalidades, es decir nuestros egos.

Detrás de cada persona hay una serie de cualidades que según manejemos podŕán complementarnos tanto positiva como negativamente
Nuestro ego tiene aspectos sanos, que, cuando se encuentra con otra persona complementaria enriquece la relación y multiplica los logros del tándem, siendo 1+1 = 3. En ese caso se da entre ambos una dependencia sana. Por ejemplo una persona rígida y de firmes ideas encontrará buen complemento en un compañero más flexible para entre ambos negociar presupuestos, pues ambas cualidades son necesarias para dicho fin.
Por otro lado el ego tiene aspectos menos saludables que al toparse con su complementario el efecto es también 1+1 =3. Vayamos con un ejemplo sencillo: una persona con dificultad para decir “no”, será el complemento perfecto del caradura que nunca lleva cambio para la máquina de café. El primero vivirá como un fracaso diario su dificultad para decir “no te pago un café más” y magnificará la importancia de este problema. No porque no sea importante, que lo es, sino porque lo vivirá con efecto lupa eclipsando otras facetas en las que sí es eficaz. Y pensará: “soy un panoli, ya me lo dice mi madre”. Olvidando, que esa pequeña dificultad, es una minúscula parte de su personalidad, y que si abare la perspectiva se dará cuenta que hay muchos momentos de su vida en los que su comportamiento dista mucho de ser un panoli.
Y esto es una de las pequeñas piezas que forjan la ansiedad y estrés laboral: el hecho de que una parte pequeña de uno mismo, la más negativa, se sobredimensione y monopolice nuestro foco de atención. Este hecho, en el que todos caemos alguna vez, mutila nuestra identidad, pues deja fuera del campo de visión el resto de facetas valiosas, porque de obvias, se olvidan, y no se tienen en cuenta para calibrar nuestra valía, provocando una sensación general de incompetencia.
En resumen: una vez que el trato amistoso e íntimo entra en el ámbito laboral, nos exponemos a más choques, bloqueos y espirales viciadas, y por tanto sufrimiento. Lo mismo que nos pasa con ciertos amigos o familiares, con la diferencia, y aquí hay otro factor de ansiedad laboral, que al día siguiente, nos guste o no, tenemos que volver a nuestro puesto de trabajo a revivir esa situación.
A estas alturas espero que hayas identificado tu relación complementaria que provoca el efecto 1+1 = 3, tanto positivo como negativo. Los positivos te servirán como referencia de lo que te conviene y los negativos podrían sen entre otros:
- Al lado de un generoso habrá un egoísta intentando aprovecharse.
- Los inseguros serán el blanco perfecto de quien obtenga placer señalando fallos
- Alguien reservado y cauto será invadido por los charlatanes que adoran escucharse a sí mismos.
- Al lado del valiente estarán agazapados unos cuantos cobardes.
- El que sea sensible a la culpa será buscado por los chantajistas emocionales.
- El poderoso necesitado de veneración estará rodeado de gente cuya autoestima dependa estar junto a personas prestigiosas.
Etc etc etc
Claves para una relación saludable en el trabajo:
- Lo primero conoce tu ego, para discriminar tus puntos vulnerables y propensos a “engancharse a su complementario” en otro compañero, ese resorte que salta cuando “el comportamiento de otra persona lo acciona”. Recuerda que el problema no es esa persona, sino “su comportamiento en ciertas circunstancias”. Por ejemplo, si tu punto débil es la inseguridad, porque alguna figura significativa (profesor, padres, tíos) solía señalar los errores y nunca tus logros, conviene protegerse del típico jefe que intentará volcar su malestar aprovechando la mínima imperfección para agredirte. Si permites que te afecte su juicio, corres el riesgo de obsesionarte con esas imperfecciones (que todos tenemos), que seguirás teniendo, y desarrollar una fijación por lograr lo imposible.
- Lo segundo tratar de ampliar tu perspectiva en la interacción con el otro, no te quedes fijado a esa faceta negativa. Aprende a ponerte límites a ti mismo para no caer en las “trampas” del otro, además marcarle límites al otro para reconducir el tipo de interacción dañina.
- Cuidado con las auto-etiquetas. Esto es muy importante, porque las etiquetas limitan nuestra valoración propia y del otro. Revisa expresiones del tipo: soy inseguro, soy muy susceptible, o no soy asertivo, soy un desastre, soy incapaz. Trata de modificar este discurso por uno que no mutile tu identidad:
Por ejemplo, en lugar de afirmar “no soy asertiva” sería más real decir: “Cuando fulanita levanta la voz me cuesta frenar su agresividad, sin embargo en muchas facetas de mi vida me expreso con firmeza”. No es palabrería, es una descripción completa de una realidad más compleja de lo que describe la primera frase. La importancia de expresarla, radica en que cuando sufrimos, nuestro cerebro selecciona básicamente experiencias negativas, y llega un momento en que no vemos más allá. Esto además ayuda a bajar la autoestima y nos hace más pesimistas.
Espero que tras esta lectura entiendas muchas de las cosas que te bloquean emocionalmente en el trabajo y que tengas unas pautas para mejorar tu bienestar.