Las altas expectativas, las exigencias ante el cumplimiento de objetivos, largas jornadas de trabajo, escasez de ocio, poco tiempo al aire libre…son factores que contribuyen al estrés y provocan problemas físicos como contracturas, dolores de cabeza, problemas gastrointestinales…un despropósito que, como hemos visto en otras ocasiones, conviene resolver. Parece que hablamos, una vez más, de problemas de adultos, pero en este caso, atención: hablamos de niños.
El estrés infantil se produce en pequeños que, debido al estilo de vida sus padres, se ven inmersos en una maratón de actividades extraescolares que no les deja tiempo para jugar, para gozar de tiempo improductivo, básico para su descanso y el fomento de su creatividad.
Estos niños llevan consigo una agenda tan apretada como sus padres y, por tanto, sufren estrés, lo que degenera en los mismos males de los adultos, con el agravante de la falta de comunicación para plantear sus dudas, temores, problemas cotidianos… Esto les lleva a rebelarse, a desafiar a sus padres y profesores y finalmente a crear conflictos. La generalizada y fatal respuesta del adulto ante esto es, por si fuera poco, el castigo.
Reflexionemos sobre esto. Las altas expectativas puestas en nuestros hijos suelen venir dadas porque a los adultos también nos exigen o porque queremos que los pequeños tengan un gran porvenir. Pero ¿vale la pena cuándo las consecuencias son tan nocivas? Los niños ante la falta de movimiento, de aire libre, de espontaneidad en sus actos y la fuerte presión, enferman. Esa es la realidad. Además, ¿no nos estamos doblegando a las exigencias de un sistema socioeconómico que también saca rendimiento de las actividades de los niños? ¿Es eso lo que queremos para ellos?.
El estrés infantil teje la alfombra roja para que un día, haga su entrada la ansiedad en el adulto.
Te invito a una reflexión más. Cuando nuestros pequeños se rebelan de manera natural ante esto. ¿Es justo responder con un castigo? Nos estamos perdiendo la oportunidad de escucharles, de responder a su desesperada llamada de atención ante algo que les está perjudicando. El conflicto que se genera, si se enfrenta, en vez de sofocarlo, puede ser constructivo e indispensable para favorecer cambios necesarios y construir un ritmo de vida más coherente. Tanto para nosotros adultos, como para ellos, los niños. Escuchemos a los pequeños, tienen mucho que decir.
Bibliografía: “Bajo presión”; Carl Honoré.